Es una suerte que ella no se dejara guiar por el conejo blanco. Aunque después lo haya mirado de reojo, con esa duda eterna que son las decisiones. Una suerte que se quedara en la cosúra de las palabras y se aferrara a sus colores ni bien asomaba la tormenta. El ya lo había pensado así, y lo ponía triste haberlo pensado. Esa cosa de ir antes que la vida y después no saber si fue él o la vida. Al final no importa, y es una suerte, una verdadera suerte que ella tenga tantas bocas y él no tuviera su beso.